Departamento de Liturgia del Arzobispado de Santiago
 
 
 
Lectio Divina - Preparando la Eucaristía Dominical
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I. PREPARÉMONOS PARA EL ENCUENTRO CON EL SEÑOR: 

Oración Inicial:

Iniciamos el encuentro con el Señor, orando con el Salmo 22.

Antífona

R/. En verdes praderas me hace recostar el Señor. Aleluya.

El Señor es mi pastor, nada me falta; en verdes praderas me hace recostar;

me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas; me guía por el sendero justo, por el honor de su nombre.

Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo: tu vara y tu cayado me sosiegan.

Preparas una mesa ante mí enfrente de mis enemigos; me unges la cabeza con perfume, y mi copa rebosa.

Invocación  al Espíritu Santo

Ven Espíritu Santo,

llena los corazones de tus fieles

y enciende en ellos

el fuego de tu amor.

Envía, Señor, tu Espíritu creador

y renueva toda la tierra.

II. OREMOS CON LA PALABRA DE DIOS:

LECTURA (Lectio): ¿Qué dice la Palabra? Jesús enseña a sus discípulos, a través de dos parábolas, a comprender el Reino de Dios.

Texto bíblicoMc 4, 26-34

MEDITACIÓN (Meditatio): ¿Qué me dice la Palabra? ¿Nuestra  vida de fe es como la semilla que crece y da fruto? ¿Contribuimos con nuestras acciones al crecimiento del Reino de Dios? ¿Acogemos a nuestros hermanos con la generosidad y apertura del grano de mostaza?  

ORACIÓN (Oratio): ¿Qué le digo a Dios con esta Palabra? Elevemos al Señor nuestra petición de que, a pesar de nuestra pequeñez, nos ayude a crecer en nuestra fe y a comprender cada día más lo que nos pide para la construcción del Reino.

CONTEMPLACIÓN (Contemplatio): Gusta a Dios internamente en tu corazón. Recreemos la escena de los discípulos junto a Jesús, integrémonos con ellos para escuchar estas parábolas y en silencio escuchemos el eco de sus palabras en nuestros corazones...

III. PROFUNDICEMOS CON LOS PADRES DE LA IGLESIA

Del Tratado de san Cipriano, obispo y mártir, sobre la oración del Señor.

LA ORACIÓN HA DE SALIR DE UN CORAZÓN HUMILDE.

Las palabras del que ora han de ser mesuradas y llenas de sosiego y respeto. Pensemos que estamos en la presencia de Dios. Debemos agradar a Dios con la actitud corporal y con la moderación de nuestra voz. Porque así como es propio del falto de educación hablar a gritos, así, por el contrario, es propio del hombre respetuoso orar con un tono de voz moderado. El Señor, cuando nos adoctrina acerca de la oración, nos manda hacerla en secreto, en lugares escondidos y apartados, en nuestro mismo aposento, lo cual concuerda con nuestra fe, cuando nos enseña que Dios está presente en todas partes, que nos oye y nos ve a todos y que, con la plenitud de su majestad, penetra incluso los lugares más ocultos, tal como está escrito: ¿Soy yo Dios sólo de cerca, y no soy Dios también de lejos? Si alguno se esconde en su escondrijo, ¿acaso no lo veo yo? ¿Acaso no lleno yo el cielo y la tierra? Y también: En todo lugar los ojos de Dios observan a malos y buenos.

Y, cuando nos reunimos con los hermanos para celebrar los sagrados misterios, presididos por el sacerdote de Dios, no debemos olvidar este respeto y moderación ni ponernos a ventilar continuamente sin ton ni son nuestras peticiones, deshaciéndonos en un torrente de palabras sino encomendarlas humildemente a Dios, ya que él escucha no las palabras, sino el corazón, ni hay que convencer a gritos a aquel que penetra nuestros pensamientos, como lo demuestran aquellas palabras suyas: ¿Por qué pensáis tan mal? Y en otro lugar: Así conocerán todas las Iglesias que yo soy quien escudriña las entrañas y los corazones.

De este modo oraba Ana, como leemos en el primer libro de Samuel, ya que ella no rogaba a Dios a gritos, sino de un modo silencioso y respetuoso, en lo escondido de su corazón. Su oración era oculta, pero manifiesta su fe; hablaba no con la boca, sino con el corazón, porque sabía que así el Señor la escuchaba, y, de este modo, consiguió lo que pedía, porque lo pedía con fe. Esto nos recuerda la Escritura, cuando dice: Hablaba interiormente, y no se oía su voz aunque movía los labios, y el Señor la escuchó. Leemos también en los salmos: Reflexionad en el silencio de vuestro lecho. Lo mismo nos sugiere y enseña el Espíritu Santo por boca de Jeremías, con aquellas palabras: Hay que adorarte en lo interior, Señor.

El que ora, hermanos muy amados, no debe ignorar cómo oraron el fariseo y el publicano en el templo. Este último, sin atreverse a levantar sus ojos al cielo, sin osar levantar sus manos, tanta era su humildad, se daba golpes de pecho y confesaba los pecados ocultos en su interior, implorando el auxilio de la divina misericordia, mientras que el fariseo oraba satisfecho de sí mismo; y fue justificado el publicano, porque, al orar, no puso la esperanza de la salvación en la convicción de su propia inocencia, ya que nadie es inocente, sino que oró confesando humildemente sus pecados, y aquel que perdona a los humildes escuchó su oración.

Padre nuestro

Oración

Oh Dios, fuerza de los que en ti esperan, escucha nuestras súplicas y, puesto que el hombre es frágil y sin ti nada puede, concédenos la ayuda de tu gracia, para observar tus mandamientos y agradarte con nuestros deseos y acciones. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.


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