Departamento de Liturgia del Arzobispado de Santiago
 
 
 
SALUDO

Llegamos ya al fin de esta Cuaresma, cuyas lecturas bíblicas dominicales -más que en los otros ciclos- han tenido un marcado carácter penitencial. A mediados de este mes, entraremos en la Semana Santa. Egeria, quien ya en el siglo IV peregrinó a los lugares santos, la llamaba «La Semana Mayor». La liturgia ambrosiana le llama la «semana auténtica». No cabe duda de su importancia.

El gran pórtico de esta semana lo constituye el Domingo de Ramos, que después de la reforma litúrgica tiene un nombre más completo: «Domingo de Ramos en la Pasión del Señor». Este cambio es importante, pues pone de relieve que celebramos tanto el triunfo de Cristo -anticipo de su resurrección- como también su muerte en la cruz. No conviene olvidar que la Semana Santa comprende unos días que todavía son cuaresmales, a saber, el lunes, martes, miércoles, y jueves antes de la tarde. Solo a partir de la misa vespertina «En la Cena del Señor» comienza el Triduo Pascual. No conviene olvidarlo, porque en estos primeros días de la semana la liturgia expresa con grave intensidad los misterios inminentes de la Pasión, muerte y resurrección del Señor. Podemos meditar en estos días lo que proclamaremos en el Prefacio: «Se acercan ya los días santos de la Pasión salvadora de Jesús».

Pero el corazón de esta semana está en el Triduo Pascual, al que san Agustín llamaba: «Triduo del crucificado, sepultado y resucitado».

Nunca está de más recomendar que los presbíteros puedan preparar estas celebraciones en conjunto con los equipos de liturgia, u otros fieles dispuestos a colaborar; leer con atención las rúbricas del misal, y también, la Carta circular sobre las fiestas pascuales, de la Congregación del culto divino (1988). Gran parte de los frutos con los que el Señor nos puede sorprender en estos días, dependen de la preparación – teológica, litúrgica, catequística- que buenamente podamos realizar.

A todos, por anticipado, ¡muy feliz Pascua!

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