Hoy contrastan en el evangelio la dura crítica a los escribas y el testimonio de generosidad de la viuda pobre.
En la primera parte, Jesús les critica a los escribas el que buscan aparecer y obtener privilegios. Tras esto hay una crítica a una cultura que hemos ido fomentando, que nos lleva a acomodarnos y recibir privilegios. El Papa la llama “culturas de las élites”. Son cosas que creemos van desapareciendo, pero, por desgracia, todavía se dan en la Iglesia y en la sociedad: la carrera por los primeros puestos, por los títulos honoríficos y la búsqueda de aplausos y privilegios. Aquí hay un peligro que el Señor nos quiere prevenir. Él denuncia una religiosidad externa, centrada en las apariencias, pero que en definitiva es superficial y busca el propio beneficio. Esto es contrario al evangelio y debe ser erradicado. Debemos tomar muy en serio esta advertencia.
En contraste con estos escribas, está la figura de la viuda pobre. Ella es el modelo de la auténtica religiosidad. No conoce a Jesús, no sigue sus enseñanzas y no era su discípula. Sin embargo, se comporta de un modo totalmente evangélico. No se trata de que ella ha puesto mucho o poco: ella lo ha dado todo para Dios. Las dos monedas eran todo lo que tenía, sin embargo, lo entrega a Dios. Esta es la imagen del verdadero discípulo del Señor. A veces nosotros sacamos calculadora para hacer la caridad o el bien a los demás. Pensamos que la caridad consiste en una limosna más o menos suculenta, que en definitiva termina calmando nuestra consciencia ante la pobreza o la injusticia. Esto no es la caridad cristiana. La caridad no es limosna, sino una forma de vida donde el prójimo se convierte en el centro de nuestra vida y de nuestras opciones. Al Señor hay que darle todo lo que tenemos y todo lo que somos. Los bienes son para compartirlos, y convertirlos así en una forma de amar y servir.