Departamento de Liturgia del Arzobispado de Santiago
 
 
 
Comentario - Eucaristía del
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El cuarto domingo de Pascua se llama el domingo del Buen Pastor, ya que cada año, la liturgia nos presenta un pasaje del capítulo 10 de Juan, donde Jesús mismo es el verdadero pastor.

El contexto es el conflicto que tiene el Señor con las autoridades religiosas del Templo. Ellos actúan con criterios del mundo viejo: someten a los hombres, le imponen cargas pesadas. Son los que funcionan con los criterios del mundo, llenos de abuso e incluso violencia. Ellos esperaban un mesías poderoso, donde ellos iban a dominar a los otros pueblos. El Señor es duro con ellos: “no pertenecen a mi redil”. Pues el nuevo mundo que Jesús ha venido a instaurar es justo lo contrario del poder del mundo. Jesús es el buen pastor porque él no tiene miedo de luchar hasta dar su vida por las ovejas que él ama. La salvación de las ovejas no está garantizada por su docilidad, su lealtad, sino por la iniciativa, el valor, el amor gratuito e incondicional del Pastor.

El texto presenta un verbo clave referentes a las ovejas: escuchar. La relación de Israel con Dios siempre fue desde la escucha de su Palabra. Dios se involucra con su pueblo y le indica el camino de la vida. Dios habla e Israel es invitado a escuchar. Este escuchar no es con los oídos, sino que consiste en adherir a su Palabra y fiarse de Él. Escuchar es optar por la vida plena que Dios propone. Conocer, en términos bíblicos, implica una relación, como lo es la comunión de vida de los esposos. Este conocer es signo del enamoramiento de Cristo. Finalmente, el seguimiento se refiere a ir con Él hacia el don total de sí. Seguirlo es donar la vida buscando siempre la alegría y el bien del hermano.

Junto a estor verbos, aparece una gran promesa del Señor: el don de la vida eterna. La vida eterna no se refiere a una vida que dura infinito. No se trata de esta vida, que se acaba, sino que nos introduce en la vida del Eterno. Y esto no es un premio futuro, sino que es un don que ya tenemos. Así, hoy vivimos la vida biológica, que se acaba, y al mismo tiempo tenemos la vida del Eterno que va germinando y se va desarrollando en nosotros. Cuando esta vida biológica se acabe, entonces esa vida del Eterno se manifestará en plenitud.


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