I. PREPARÉMONOS PARA EL ENCUENTRO CON EL SEÑOR:
Oración Inicial:
Iniciamos el encuentro con el Señor, orando con el Salmo 15.
Antífona
R/. Me saciarás de gozo en tu presencia, Señor. Aleluya.
Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti; yo digo al Señor: «Tú eres mi bien». Los dioses y señores de la tierra no me satisfacen.
Multiplican las estatuas de dioses extraños; no derramaré sus libaciones con mis manos, ni tomaré sus nombres en mis labios.
El Señor es mi heredad y mi copa; mi suerte está en tu mano: me ha tocado un lote hermoso, me encanta mi heredad.
Bendeciré al Señor, que me aconseja, hasta de noche me instruye internamente. Tengo siempre presente al Señor, con él a mi derecha no vacilaré.
Por eso se me alegra el corazón, se gozan mis entrañas, y mi carne descansa serena. Porque no me entregarás a la muerte, ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción.
Me enseñarás el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha.
Invocación al Espíritu Santo
Ven, Espíritu Santo, y convierte mis
oídos, mi corazón y toda mi persona en
tierra buena, capaz de acoger la Palabra
como una semilla y hacerla germinar.
Amén.
II. OREMOS CON LA PALABRA DE DIOS:
LECTURA (Lectio): ¿Qué dice la Palabra? El joven rico, cumplidor riguroso de la Ley, le pide a Jesús qué hacer para heredar la vida eterna. Jesús pone a su rigurosidad una condición adicional para seguirlo: dejar los bienes materiales. El joven no es capaz de tomar esa decisión.
Texto bíblico: Mc 10, 17-30
MEDITACIÓN (Meditatio): ¿Qué me dice la Palabra? ¿Ponemos nuestra confianza plena en Jesús y su Buena Noticia? ¿Qué nos pide el Señor respecto a nuestras aspiraciones materiales? ¿Las consideramos un medio o un fin? ¿Cómo compartimos nuestras riquezas espirituales y materiales con nuestros hermanos?
ORACIÓN (Oratio): ¿Qué le digo a Dios con esta Palabra? Pidamos al Señor que nos ayude a poner toda nuestra confianza en Él, para lograr el desapego hacia los bienes materiales y poner los que poseemos al servicio de los más necesitados.
CONTEMPLACIÓN (Contemplatio): Gusta a Dios internamente en tu corazón.
Como el joven rico, dialoguemos con Jesús y escuchemos lo que Él nos dice sobre lo que nos falta para ser sus seguidores.
III. PROFUNDICEMOS CON LOS PADRES DE LA IGLESIA
LA LUZ QUE ILUMINA A TODO HOMBRE
La lámpara colocada sobre el candelero, de la que habla la Escritura, es nuestro Señor Jesucristo, luz verdadera del Padre, que viniendo a este mundo ilumina a todo hombre; al tomar nuestra carne, el Señor se ha convertido en lámpara y por esto es llamado «luz», es decir, Sabiduría y Palabra del Padre y de su misma naturaleza. Como tal es proclamado en la Iglesia por la fe y por la piedad de los fieles. Glorificado y manifestado ante las naciones por su vida santa y por la observancia de los mandamientos, alumbra a todos los que están en la casa (es decir, en este mundo), tal como lo afirma en cierto lugar esta misma palabra de Dios: No se enciende una lámpara para meterla baja el celemín, sino para ponerla sobre el candelero, así alumbra a todos los que están en la casa. Se llama a sí mismo claramente lámpara, como quiera que siendo Dios por naturaleza quiso hacerse hombre por una dignación de su amor.
Según mi parecer, también el gran David se refiere a esto cuando, hablando del Señor, dice: Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero. Con razón, pues, la Escritura llama lámpara a nuestro Dios y Salvador, ya que él nos libra de las tinieblas de la ignorancia y del mal.
Él, en efecto, al disipar, a semejanza de una lámpara, la oscuridad de nuestra ignorancia y las tinieblas de nuestro pecado, ha venido a ser como un camino de salvación para todos los hombres: con la fuerza que comunica y con el conocimiento que otorga, el Señor conduce hacia el Padre a quienes con él quieren avanzar por el camino de la justicia y seguir la senda de los mandatos divinos. En cuanto al candelero, hay que decir que significa la santa Iglesia, la cual, con su predicación, hace que la palabra luminosa de Dios brille e ilumine a los hombres del mundo entero, como si fueran los moradores de la casa, y sean llevados de este modo al conocimiento de Dios con los fulgores de la verdad.
La palabra de Dios no puede, en modo alguno, quedar oculta bajo el celemín; al contrario, debe ser colocada en lo más alto de la Iglesia, como el mejor de sus adornos. Si la palabra quedara disimulada bajo la letra de la ley, como bajo un celemín, dejaría de iluminar con su luz eterna a los hombres. Escondida bajo el celemín, la palabra ya no sería fuente de contemplación espiritual para los que desean librarse de la seducción de los sentidos, que, con su engaño, nos inclinan a captar solamente las cosas pasajeras y materiales; puesta, en cambio, sobre el candelero de la Iglesia, es decir, interpretada por el culto en espíritu y verdad, la palabra de Dios ilumina a todos los hombres. La letra, en efecto, si no se interpreta según su sentido espiritual, no tiene más valor que el sensible y está limitada a lo que significan materialmente sus palabras, sin que el alma llegue a comprender el sentido de lo que está escrito.
No coloquemos, pues, baja el celemín, con nuestros pensamientos racionales, la lámpara encendida (es decir, la palabra que ilumina la inteligencia), a fin de que no se nos pueda culpar de haber colocado bajo la materialidad de la letra la fuerza incomprensible de la sabiduría; coloquémosla, más bien, sobre el candelero (es decir, sobre la interpretación que le da la Iglesia), en lo más elevado de la genuina contemplación; así iluminará a todos los hombres con los fulgores de la revelación divina.
Padre nuestro
Oración
Te pedimos, Señor, que tu gracia continuamente nos preceda y acompañe, de manera que estemos dispuestos a obrar siempre el bien. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.