Este domingo, san Marcos nos invita con su evangelio a tomar conciencia del lugar que hemos dado al Señor en nuestra vida. La pregunta del fariseo es sincera y oportuna: ¿Cuál es el primer mandamiento? ¿cuál es esa ley de la cual se desprenden todas las demás? ¿qué es lo primero y fundamental?
Imaginemos que la respuesta de Jesús hubiese sido: “el dinero”. Entonces desde ahí se orientaría toda nuestra vida para acumular riqueza, cosa que determinaría la forma de tratarnos entre nosotros, el levantarnos temprano para trabajar, incluso postergando otras cosas importantes. Es más, hasta tendría sentido el robo o la estafa.
La respuesta de Jesús está tomada del antiguo mandato del Deuteronomio: “Escucha Israel”. Esto ya es significativo, pues invita a escuchar la historia del pueblo, lo que Dios ha hecho por ti. Y continúa explicando que aquello que debe estar al centro de todo es Dios. Hay que amarlo con todo el corazón, que no se refiere al órgano físico ni al control de los sentimientos, sino que es el centro de todas las opciones. Él debe estar al origen de todas las opciones y decisiones. También hay que amarlo con toda el alma, que es la vida misma, así todos los momentos de la vida deben estar orientados por la luz que viene de Dios, toda la vida de estar orientada a Dios. Amar con todo el espíritu, también traducido por mente, se refiere a un amor racionado, ponderado. Esto es muy importante, pues la adhesión que propone Cristo no es una simple beatería o superstición, no son ciertas prácticas devocionales, sino que se refiere a un conocimiento serio, a dar razones profundas de la fe. Sin esto no se puede decir que se ama a Dios con toda la mente. Por último, amar con todas las fuerzas se refiere a amar con todo lo que se tiene, con todos los dones que has recibido de Dios, todo debes ponerlo a su servicio.
Jesús agrega un segundo mandamiento, referido al amor al prójimo como a uno mismo. Esto se refiere a que cada opción debe ser en favor de la vida del hermano. Y esto también referido a lo que decimos de nuestro hermano. Amar al prójimo significa apoyarlo, ponerse de parte de su vida.
Estos dos mandamientos no los debemos comprender en contraposición, como si lo que se da a uno se quita al otro. Esto no es así. De hecho, en el resto del Nuevo Testamento ya no se habla de dos mandamientos, sino de uno solo: amar al prójimo. El amor a Dios se comprende como acoger el diseño de amor que Dios quiere introducir en el mundo. Esto se realiza en el amor al hermano. Si eliminamos al prójimo de esta ecuación es imposible amar verdaderamente a Dios. Y si eliminamos a Dios, es muy difícil el amor sincero e incondicional al prójimo, a todo hermano incluso al enemigo.